martes, 4 de junio de 2013

—...y no la pude olvidar lo suficiente.

—Pero, ¿cómo se olvida lo suficiente?
—No lo sé, nunca lo he hecho.
—Yo creo que nunca olvidamos lo suficiente. Yo creo que ni siquiera olvidamos. ¡No podemos olvidar! 
—Explícate.
—Yo creo que un día empezamos a pensar en otra persona, empezamos a echar de menos otros besos y deseamos compartir el insomnio con alguien distinto. Y que aquella persona a la que no podíamos olvidar ya no duele cuando la recordamos. Pero eso no es olvidar, sino cicatrizar una herida que ha dejado de doler. 
—Entonces... ¿para "olvidarla" sólo tengo que empezar a pensar en otra persona?
—Eso es.
—¿Pero qué pasa si esa persona no llega?, ¿qué pasa si esperar te desespera y no tienes fuerzas ya ni para seguir buscando, y entonces miras hacia atrás y empiezas a vivir del pasado, de los recuerdos, de los quizás, de las segundas oportunidades...?
—Pasa que... nos rompemos. Y que la vida sigue y lo vamos perdiendo todo por el camino: las esperanzas, las ganas de sonreír, las ilusiones. Pasa que pasa el tiempo y no pasa nada, y que cada vez nos es más difícil levantarnos por la mañana y tener que luchar con el mundo. Pasa que, un día, ya nada importa demasiado: ni seguir, ni quedarte donde estás, ni que las cosas duelan, ni que venga alguien a curarte. 
—Me da miedo pensar en todo eso.
—Da miedo, sí, y gracias, porque hay tantas personas que le temen a eso que deambulan desesperadamente buscando a alguien. Y ese alguien podrías ser tú. Quién sabe. Sólo tenemos que sonreír, aunque no tengamos demasiadas ganas, y esperar a que pase el próximo tren.
—Sí, tiene sentido.


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