No podía escapar, ni olvidarte, ni volver a enamorarme. No podía seguir ni pararme, ni dejar de sangrar ni de cerrar los ojos siempre que alguien me preguntaba por ti. Y la vida sigue sin saber muy bien cómo, pero sigue, y qué importa que tú no estés. Qué importa que siga sin poder dormir y sin poder dejar de soñarte,de retrasar lo inevitable, es decir, el dolor. El dolor de perderte, o quizá, en el fondo, el dolor de que todo se basara en esperanzas, que además resultaron ser falsas. Y qué. Nadie va a rescatarme de toda esta necesidad de volver a intentar las cosas, de volver a tropezarme, de romperme, de que me rompas. Nadie, ni siquiera yo, va a conseguir sacarme de este bucle de comprobar si besarte es como volar.
Y escribiré poemas sobre cuando te ahogas con imposibles. Como cuando gritas con todas tus fuerzas, pero nadie escucha, y te sientes tan sola que, irremediablemente, necesitas uno de esos abrazos que nunca te han dado, pero que siempre has creído necesitar. Abrazos que, a lo mejor, no existen. Y, después, no me preguntéis qué. Sólo sé que la soledad quema por dentro como si no escupieses el humo al fumar. Y también sé que aún no he aprendido a ponerle una tirita a tu nombre y decir "Adiós" a lo que algún día fue bonito. Ese es mi problema, supongo, que nunca me han gustado las despedidas y que, aunque tú te hayas ido, yo sigo en la puerta de todo lo que podríamos haber sido juntos. Es triste, ¿sabes?, pero creo la vida es un poquito así, como un constante esperar a alguien que te esté esperando; como un constante necesitar a alguien que te necesite. Y todo para darle un poquito de sentido a ese vacío al que llamamos muerte. O amor. O yo qué sé. Sigo pensando que, sin ti, el verano es un poquito invierno, corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario